
Pobre la cumbre creida que llora por dentro miserias ajenas a gritos. Pobre la reina de nadie que calla sus vicios escondida en la calle. Pobre ese otro, que regala palabras podridas al primero que pasa disfrazado de buen samaritano. Pobre el vecino de aquel que no sabe que todos se venden a precio de medias palabras obscenas, carentes de aprecio por solo tres duros de olvido de su propia mierda.
Pobre de mí que lo intuyo y no puedo pararlo, y no quiero acercarme, y me están destrozando.
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